lunes, 30 de enero de 2012

Lalá en concierto en el Parque de la Exposición (Primera parte)




Los parques son también (o deberían ser) espacios para la práctica y disfrute de la música. No estoy hablando de agobiar al pobre visitante con música grabada, bullanguera, casi siempre emitida desde pésimos parlantes y a todo volumen, lo que hace imposible la reflexión familiar, el murmullo romántico o el sosiego espiritual que se busca en los parques (y en los últimos años, el Parque de la Exposición se había convertido en un espacio insufriblemente ruidoso). Hablo de música en vivo, pequeñas canciones dignamente interpretadas, que se fusionan de manera natural con el entorno y ofrecen al ciudadano y ciudadana una dimensión distinta dentro de un espacio cotidiano y colectivo que es un parque público.

Es por ello que, apenas fui designado administrador del Parque de la Exposición, tomé contacto con jóvenes cantautores peruanos, que los hay muchos y muy buenos, para invitarlos a interpretar sus composiciones allí, los domingos y al aire libre. Era también, de paso, iniciar una tarea de promoción de jóvenes valores de la composición musical contribuyendo así a recuperar una tradición que se ha descuidado bastante en el Perú, aquella de la canción-trova, que a pesar de su declive ha tenido y tiene aún exponentes destacadísimos y que se remonta a Chabuca Granda, que pasa por Juan Luís Dammert, Andrés Soto, Chalena Vasquez, Kiri Escobar, Luis Enrique Alvizuri, Piero Bustos, Alejandro Susti, etc., y que llega hasta los más jóvenes: Piero Montaldo, Alejandro y María Laura, Caroline Cruz, etc. A mis ojos, un parque era el lugar perfecto para este fin.


Pero no concebí estas presentaciones en el gran Anfiteatro –lo que hubiese demandado toda una producción y una enorme inversión de dinero- sino en el mismo parque, a escala del visitante, con un equipo mínimo y sobre todo, de manera gratuita al público. Mi sueño era que cada domingo, el vecino de Lima asistiera al Parque de la Exposición teniendo la certeza que algo extraordinario a nivel cultural (teatro, música, acrobacia, circo, etc.) iba a tener lugar y que él podría disfrutarlo sin pagar un sol. Es así que inicié este ciclo de conciertos de cantautores peruanos con una talentosa compositora joven limeña llamada Giovanna Núñez, más conocida como Lalá.

Vi y escuché por primera vez a Lalá una noche en “Koka Kinto” un bar-resto-galería cultural que solía frecuentar y que quedaba en la calle Wakulski, muy cerca de mi casa, y cuyo fundador, Herbert Bazán, animaba magistralmente. De inmediato me enamoré de sus canciones y de su voz. La volví a escuchar semanas después en la Feria del Libro y allí me animé a invitarla al Parque de la Exposición. Ella aceptó y a los pocos días vino a verme con la finalidad de encontrar el lugar más idóneo. Yo quería que se haga al lado de la Pileta China, pero ella me sugirió el espacio vacío que había dejado el drenaje de la laguna del parque: “Parece un paisaje lunar” me dijo. Era, en efecto, el sitio perfecto para sus minimalistas y etéreas composiciones. Fijamos el día y ella me brindó las especificaciones técnicas necesarias. Fue todo: así de simple se hacen los mejores proyectos culturales.


Fue un domingo inolvidable. En ese pétreo espacio de bajo relieve, al lado de un guitarrista admirable, José Pablo Menajovsky, y bajo el rumor amable de las “gallinas de Guinea” que habitan el Parque de la Exposición, Lalá ofreció un recital espontáneo de cerca de 45 minutos, en el atardecer limeño del 13 de agosto, ante una multitud atenta y asombrada que escuchó con cortesía una veintena de sus composiciones. Con el solo hechizo de su voz, Lalá llenó de magia el Parque de la Exposición.

El éxito de este primer concierto, fortaleció en mí la idea original de invitar cada domingo a otros jóvenes cantautores y luego rotarlos por los demás parques zonales. Incluso había vislumbrado la posibilidad que algunos de ellos brinden, en los mismos parques, talleres para adolescentes con inclinaciones musicales. Lamentablemente, nada de esto pareció interesar a las "gerentas" y "gerentes" de los parques, y el proyecto no pudo ser continuado. Pero por lo menos, queda como testimonio este primer y único recital con la talentosa Lalá, cuya primera parte ofrezco ahora a ustedes. (A.V.)


domingo, 22 de enero de 2012

Tizada en Homenaje a José María Arguedas – Parque de la Exposición de Lima (Perú)



Siendo administrador del Parque de la Exposición (desde 1999, Gran Parque Cultural de Lima) no dejaría pasar la ocasión de rendir allí un homenaje al escritor José María Arguedas. Sobre todo en el año de su centenario de nacimiento. Naturalmente se trataba de ponerse en la otra orilla de los homenajes oficiales y oficiosos que se le habían brindado durante todo el año pasado. Era claro que el mío debía ser un homenaje nada ceremonioso, vinculado al arte popular y con artistas populares. Hacerlo en un parque propiciaría integrar, en un contacto abierto y directo, a ese mismo ciudadano de a píe, urbano y básicamente mestizo, que frecuenta nuestro más antiguo parque. Justamente, aquel peruano omnipresente en la obra arguediana. Decidido así mi punto de partida conceptual, supe que los artistas urbano-populares, jóvenes tizeros y grafiteros, eran los más indicados para efectuar este homenaje al gran autor de “El zorro de arriba y el zorro de abajo”.


Al llegar como administrador al parque había encontrado a Raf, uno de los más respetados y creativos artistas urbano-populares de Lima. Raf visitaba cada domingo el parque de la Exposición y dibujaba magistralmente sobre el pavimento, con sus tizas y tierras de colores, casi siempre retratos (habitualmente reproducciones de cuadros religiosos) ganándose así el dinero ofrecido por aquellos visitantes que admiraban su arte, apreciando además el proceso de creación en directo. Raf, por otro lado, forma parte de una extensa red de jóvenes tizeros cuyo activismo artístico se extiende a las zonas Norte y Sur de Lima, e incluso a provincias. La mayoría de ellos además pertenece (y los que no, orbitan alrededor) de la “Casa Cultural Poco Floro” http://casapocofloro.blogspot.com/ espacio comunitario del cual, una de sus personalidades más visibles, Mónica Miros, es cercana amiga mía desde hace varios años. Este homenaje se haría en cooperación con ellos: invitaría a los tizeros a dibujar en el pavimento ilustrando las distintas etapas de la vida y obra de José María Arguedas.

¿Por qué con ellos? Porque en la ingeniería cultural se debe evitar, en la medida que sea posible, asociarse con individualidades, privilegiando más bien los acuerdos con colectivos, gremios, asociaciones, etc. Las individualidades se lucen al momento de la creación artística, pero en la etapa de organización las alianzas con grupos estructurados, facilita la división del trabajo y contribuye tanto a la gestión del proyecto como a las posibilidades de hallar fuentes de financiamiento y, además, a una comunicación social más contundente. Y, sobre todo, permite que se teja una red que fortalece la institucionalidad cultural.


Otro aspecto a trabajar fue aquel del financiamiento. Hace tiempo que estoy convencido que el trabajador cultural debe ser remunerado. Y bien remunerado. Entonces, ya que no se trataba de hacer dibujar a los chicos del colectivo sin retribución alguna, detecté los gastos que esta actividad implicaba. Afortunadamente el costo no era alto: se dividía entre el material (las tizas) y el trabajo artístico propiamente. Al gozar de caja chica, las disposiciones me permitían solventar el material (tizas y tierras de colores) para todos los artistas. En cuanto a la remuneración del artista, recurrí como partenaire a Organizaciones juveniles de la Municipalidad de Lima, que incluye en sus objetivos e intereses este tipo de actividades. Mejor, imposible.


Quedaba únicamente elegir el lugar en donde se desarrollaría este homenaje. Uno de los puntos clave en la ingeniería cultural tiene que ver con la justa y pertinente elección del espacio donde las acciones o animaciones culturales se programan. A lo largo de todos estos años en el espacio cultural, he visto magníficos proyectos fracasar al ser realizados en un lugar poco idóneo. Ojo, no tiene que ver con la buena o mala infraestructura o con el nivel socio-económico del público que frecuenta tal o cual espacio (lo que los publicistas llaman target). Tiene que ver con el origen, necesidades, alcances y objetivos que la actividad se plantea. Para decirlo más claramente, el proyecto establece desde el primer momento las características del espacio que necesita. Luego, este espacio debe hallarse. Hacerlo alrededor de la Pileta China se impuso naturalmente. No solo porque había doce cuadrados simétricos alrededor de ella donde intervendrían sendos artistas (una “capilla Sixtina a escala del ciudadano común”, como me gustaba definir el asunto) y su forma radial permitía una gran libertad de circulación, sino porque justamente ese monumento histórico (obsequiado al Perú por la colectividad china en 1921)  representa el ideal de una nación en la que sus integrantes se sientan unidos de manera cristalina. Exactamente el anhelo que guió la vida y obra de Arguedas.

El rítmico final con hip hop fue absolutamente improvisado. Ver a decenas de niños tomando las tizas y participando espontáneamente del homenaje a Arguedas, fue la mayor satisfacción. Los dibujos con tiza quedaron allí por varias semanas para agrado de los visitantes. Ojalá esta actividad pueda ser replicada en otros parques zonales. (A.V.)